El día 22 de octubre se celebra el Jidai Matsuri (el festival de otoño) en Kyoto. Busqué expresamente que mi viaje coincidiera con un día festivo porque me hacía ilusión ver una celebración japonesa. Mucha gente me dijo que estaba loca, que habría mucha gente y no podría ver nada más (aparte del festival) ni moverme por la ciudad. Pero, por suerte, no tuvimos ningún problema y pudimos ver todo lo planeado ¡y más!.

Nos levantamos prontito y cogimos el bus 205 desde la estación de Kyoto hasta la parada Kinkaku-ji-michi para ver el famoso Pabellón de Oro (Kinkaku significa oro y ginkaku plata). Aunque lo ponga en la Lonely Planet, no vayáis en el tren JR hasta Hanazono porque esta parada queda muy lejos del templo y tendréis que coger igualmente un bus para llegar.

El templo Kinkaku-ji abre de 9 a 17h y la entrada vale 400 yenes. Fue la villa de descanso del shogun Ashikaga Yoshimitsu y tras su muerte, fue transformado en un templo zen. Su nombre formal es Rokuonji.

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Con sus 2 pisos de arriba recubiertos de láminas de oro (este sí, porque para el Ginkaku-ji no les llegó el presupuesto), es para mí el más bonito de Japón. El entorno que lo rodea es mágico: un jardín zen con un lago desde el que se ve el reflejo del Pabellón en el agua.

El primer piso es de estilo japonés (del periodo Heian), el segundo de estilo samurai y el tercero de estilo chino (zen), con un fénix dorado en la punta del tejado.

La mayoría de templos de Japón han sido reconstruidos varias veces por culpa de incendios, guerras, etc. Éste también lo ha sido y la vez más reciente fue por culpa de un incendio provocado por un monje fanático.

A la salida del templo, decidimos entrar en la Casa del Té para probar el típico «matcha tea» con una pastita por 500 yenes. No es que esté especialmente bueno, pero nos hizo gracia porque en la pastita (que era puro azúcar) estaba grabado el dibujo del templo.

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Después, se pueden ver más templos por la zona, como el Ryoan-ji, con el jardín zen más grande. Sin embargo, eran ya las 12h, así que decidimos coger un bus hasta la estación JR más cercana, para ir al jardín de bambú de Arashiyama (JR Sagano Line, parada Saga Arashiyama). Al salir de la estación, fuimos hacia el templo Tenryuuji, porque pensábamos que el jardín de bambú estaba allí. Sin embargo, está antes de llegar a este templo y es gratis. Aunque si queréis visitar el Tenryuuji también es bonito y tiene un jardín zen de pago.

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Como veis en las fotos, impresiona ver tanto bambú junto y el entorno da mucha paz y tranquilidad. El jardín es bastante grande, con varios caminitos. Paseamos un rato por allí y nos encontramos con ¡otra geisha! Me emocioné tanto que las fotos me salieron un poco borrosas Sacando la lengua

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En esta se le ve el maquillaje típico, con la nuca descubierta por considerarse un zona muy erótica.

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Después nos dirigimos otra vez al tren para volver al centro de Kyoto para ver el festival. El Jidai Matsuri o Festival de las Edades es una de las celebraciones más importantes de la ciudad, ya que conmemora el nombramiento de Kyoto como la capital de Japón en 794 d. C. (antes se la conocía como Heian). Posteriormente, Tokyo pasó a ser la capital.

En este desfile, unas 2000 personas de todas las edades se disfrazan con trajes tradicionales de ese período, en una procesión de 2 km que empieza en el Jardín Imperial a las 12h y acaba en el Santuario Heian a las 14:30h. Aquí os dejo el itinerario completo:

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Nosotros nos bajamos en Sanjo Station sobre las 14h y todavía no habían pasado. Hay que tener en cuenta que iban muuuy lentos porque tenían que ir cortando las calles conforme pasaba la procesión (así que el tráfico no estaba cortado del todo, se podía llegar bien a los sitios). Al ser un recorrido tan largo, no está muy abarrotado de gente y se podía ver bien.

Aquí podéis ver un perro japonés aburrido esperando a que llegara el desfile:

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Y ¡por fin llegó! La procesión andaba en silencio y con gran majestuosidad. Me pareció curioso porque pensaba que sería más alegre y con música, pero sólo unos pocos tocaban algún instrumento. La indumentaria que llevaban era muy cuidada: trajes de samurai, geisha, carrozas con animales, etc.

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Fue interesante verlo, pero como iban tan lentos, nos dieron las 15:30 y aun no habíamos comido. Así que buscamos un restaurante cerca de la calle Sanjo (nos costó bastante) y acabamos en uno muy sencillo comiendo una especie de gyudon y sopa de cangrejo picante. Bueno, bonito y barato.

Cuando acabamos, todavía duraba el desfile, así que ¡imaginaros lo lentos que iban!. Nosotros cogimos un bus hasta el templo Sanjusangendo (bus 101, 206 o 208 hasta la parada Hakubutsukan-Sanjusangendo-mae). Abre de 8h a 17h, la entrada cuesta 600 yenes y está prohibido hacer fotos. Este templo es famoso por sus 1001 estatuas de Kannon (diosa de la misericordia). El pabellón principal es la estructura de madera más larga de Japón. Pudimos estar poco rato porque ya casi cerraban, pero la cantidad de estatuas es impresionante.

Como todavía era de día, decidimos coger la línea JR Nara desde la estación de Kyoto hasta Inari para ver los miles de toriis rojos de Fushimi Inari. Este santuario sintoísta está dedicado al espíritu de Inari (protector de las cosechas y del arroz). Es lo primero que te encuentras al salir de la estación, es decir que está en la entrada, no hace falta subir al monte para verlo. Es gratis y está abierto siempre.

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Si sigues andando, encontrarás los famosos toriis, que son donaciones de familias y particulares y delimitan el camino por el monte Inari. El nombre del donante y la cantidad donada está inscrito detrás de cada torii.

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Es impresionante, los caminos parecen no tener fin y el entorno está lleno de magia. Sobre todo si vais cuando está anocheciendo y empiezan a encender los farolillos.

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No llegamos hasta arriba del todo porque se nos hizo de noche, pero dicen que las vistas son muy bonitas. Cogimos el tren de vuelta a Kyoto y cenamos en un McDonalds porque ya era tarde (recomiendo que probéis los desayunos en los McDonalds de Japón, las hamburguesas son medio dulces, medio saladas). Y un poco tristes porque sólo nos quedaba un día en este maravilloso país, nos fuimos a dormir.

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